PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

lunes, 4 de junio de 2012

Antonio Damasio: Introducción a "El Error de Descartes"



Aunque no puedo decir con seguridad qué es lo que excitó mi interés en las bases neurales de la razón, sé cuando me convencí de que las teorías tradicionales sobre la naturaleza de la racionalidad no podían ser correctas. Desde una época muy temprana de mi vida se me había advertido de que las decisiones acertadas procedían de una cabeza fría, que las emociones y la razón no se mezclaban, como el aceite y el agua. Crecí acostumbrado a pensar que los mecanismos de la razón existían en una región distinta de la mente, donde no debía permitirse que la emoción se encontrometiera, y cuando pensaba en el cerebro que había detrás de esta mente imaginaba sistemas neurales separados para la razón y la emoción. Era esta una opinión muy generalizada sobre la relación entre razón y emoción, en términos mentales y neuronales.
Exposición de un caso revelador para Antonio Damasio, un punto de inflexión:
Pero ahora tenía ante mis ojos al ser humano más frío, menos emocional y más inteligente que uno pueda imaginarse, y sin embargo, su razón práctica estaba tan deteriorada que producía, en los extravíos de la vida cotidiana, una sucesión de errores, una violación perpetua de lo que se consideraría socialmente apropiado y personalmente ventajoso. Había poseído una mente completamente sana hasta que una enfermedad neurológica dañó un sector concreto de su cerebro y, de un día para otro, provocó este profundo defecto en la toma de decisiones. Poseía intactos los instrumentos que generalmente se consideraban necesarios y suficientes para el comportamiento racional: tenía el conocimiento, la atención y la memoria necesarios; su lenguaje era impecable; podía efectuar cálculos; podía habérselas con la lógica de un problema abstracto. Solo existía un complemento significativo a su fracaso en la toma de decisiones: una notoria alteración de la capacidad de experimentar sentimientos. La razón defectuosa y los sentimientos menoscabados aparecían juntos como consecuencia de una lesión cerebral específica, y esta correlación me sugirió que el sentimiento era un componente integral de la maquinaria de la razón. Dos décadas de trabajo clínico y experimental con un gran número de pacientes neurológicos me han permitido replicar muchas veces esta observación, y transformar un indicio en una hipótesis verificable.[...]

Escribí este libro como si fuera mi parte de una conversación con un amigo imaginario, curioso, inteligente y sabio, que sabía poco sobre neurociencia pero mucho sobre la vida. Hicimos un trato: la conversación habría de proporcionarnos benficios mutuos. Mi amigo aprendería acerca del cerebro y de estas misteriosas cosas de la mente, y yo me instruiría mientras intentara explicar mi idea de lo que son el cuerpo, el cerebro y la mente. Estuvimos de acuerdo en no hacer que la conversación se transformara en una conferencia aburrida, en no discrepar de forma violenta y en no tratar de abarcar demasiado. Yo hablaría sobre hechos establecidos, sobre hechos dudosos, y sobre hipótesis, aun cuando no pudiera aportar más que corazonadas para defenderlas. Hablaría de trabajos literalmente en curso, sobre varios proyectos de investigación que entonces se estaban llevando a cabo, y acerca de estudios que empezarían mucho después de que la conversación terminara. También acordamos que, como es propio de una conversación, habría desvíos y rodeos, así como pasajes que no quedarían claros la primera vez y que podrían beneficiarse de una segunda visita. Esta es la razón por la que el lector encontrará que vuelvo sobre algunos temas, de vez en cuando, desde una perspectiva distinta.
De partida dejé claro mi punto de vista sobre los límites de la ciencia: soy escéptico respecto a la presunción de objetividad y conclusión que tiene la ciencia. Se me hace difícil considerar los resultados científicos, especialmente en neurobiología, como algo más que aproximaciones provisionales que pueden disfrutarse durante un tiempo y que hay que rechazar tan pronto como se dispone de mejores explicaciones. Pero escepticismo sobre el alcance actual de la ciencia, en especial si se refiere a la mente, no implica una disminución del entusiasmo por el intento de mejorar las aproximaciones provisionales.
Quizá la complejidad de la mente humana sea tal que la solución del problema no podrá saberse nunca debido a nuestras limitaciones intrínsecas. Quizá ni siquiera debiéramos hablar del problema en absoluto, y referirnos en cambio a un misterio recurriendo a una distinción entre cuestiones a las que la ciencia puede aproximarse de manera adecuada y cuestiones que es probable que eludan siempre a la ciencia. Pero, por mucha simpatía que tenga por los que no pueden imaginar de qué modo podemos desentrañar el misterio (se les ha llamado "misterianos"), y por los que piensan que se puede llegar a conocer, pero que quedarían desilusionados si la explicación residiera en algo ya conocido, creo, la mayoría de las veces, que llegaremos a saberlo.
A estas alturas, el lector puede haber llegado a la conclusión de que la conversación no era sobre Descartes ni sobre la filosofía, aunque ciertamente era sobre la mente, el cerebro y el cuerpo. Mi amigo sugirió que debiera tener lugar bajo el Signo de Descartes, puesto que no habría manera de plantear estos temas sin evocar la emblemática figura que forjó la teoría más comúnmente admitida de su relación. En este punto me di cuenta de que, curiosamente, el libro trataría del Error de Descartes. El lector, naturalmente, querrá saber cuál era el Error, pero por el momento debo guardar el secreto. Prometo, sin embargo, que será revelado,
Así, pues, nuestra conversación se inició en serio con la extraña vida y la extraña época de Phineas Gage.

Antonio Damasio: "El Errror de Descartes". Crítica, 2006, Barcelona. Introducción.  

http://www.youtube.com/watch?v=JDzQLQ952ZU&feature=colike John Lennon -Imagine-
http://youtu.be/3pJ4-n4nP_8 John Lennon -Give Peace a Chance-

No hay comentarios: