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Paz y Ciencia

jueves, 21 de junio de 2012

Enajenación, Alienación, Desafección: Experiencia Budista



En mi propio caso, uno de los sentimientos que surgían más frecuentemente durante los retiros de meditación era un profundo anhelo de solo conceptualizar como verdadero amor. Como en estos retiros se presta atención constantemente durante semanas a los pensamientos, sentimientos, acciones físicas, sensaciones, recuerdos, planes y así sucesivamente, tenía mucho tiempo para que el parloteo superficial de mi mente pensante se aquietara y para poder desarrollar algunas de las cualidades de calma y claridad que suelen asociarse con el estado meditativo. Sin embargo, incluso en medio de unos estados mentales tan comparativamente espaciosos, a menudo era consciente de lo parecía ser un anhelo más profundo. Mi situacion era casi análoga a la que describe Freud en sus comentarios sobre la libre asociación. Al seguir la cadena de mis asociaciones libres, como se hace en cierta medida en este tipo de meditaciones, seguía encontrándome con este sentimiento, que probablemente un psicoanalista habría interpretado como un recuerdo preverbal.
En un momento dado, cuando llevaba aproximadamente una semana en uno de mis primeros retiros, de la espaciosidad de la mente surgió el recuerdo repentino de unas sensaciones corporales de la mente surgió el recuerdo repentino de unas sensaciones corporales que había tenido recurrentemente cuando era niño, estando solo por la noche. Durante los próximos veinte minutos mi cuerpo empezó a temblar incontrolablemente sobre el cojín de meditación, una experiencia que a continuación daba lugar a los que podría describir como una gran paz, luz  y amor. Mis profesores de meditación parecían desconcertados por mi experiencia, pero yo la consideré un signo de importancia  que aquella práctica concreta tenía para mí. Mi sentimiento de anhelo, aunque temporalmente amortiguado, no desaparecía. De hecho, pasé buena parte de los retiros siguientes intentando recuperar esa misma experiencia, una empresa notablemente temeraria en el caso de la meditación, aunque es muy común entre los meditadores occidentales que emprenden su práctica con una sensación interna de vacío o alienación.
Muchos años después, cuando tuve la fortuna de casarme con la mujer que amaba, descubrí que incluso aquel amor real y palpable, que tanto había anhelado y que consideraba fuera de mi alcance, no hacía desaparecer la profundidad de mi anhelo. De hecho, parecía sacarlo a la luz más abiertamente. Empecé a tener problemas para dormir, me descubría solicitando insaciablemente la atención de mi nueva esposa, tenía dificultades incluso para separarme momentáneamente de ella, y, cuando dormía, tenía pesadillas y sentía el castañear de los dientes. Había llegado a personificar al estado de los fantasmas hambrientos: tal como ellos son incapaces de tragar el alimento que necesitan por el dolor que les causa, yo era incapaz de recibir el amor que tanto necesitaba por la profundidad de mi anhelo insatisfecho. No hace falta añadir que era el momento de hacer (más) psicoterapia. Cuando me sentía muy presionado, podía hacer uso de mis habilidades meditativas para calmarme, pero la identificación con mis sentimientos de aislamiento inexpugnable era tan intensa que requería la atención específica de un psicoterapeuta. La meditación me había hecho exquisitamente consciente de mi estado, y me había ayudado a recuperar los primeros sentimientos que lo rodeaban, pero aún era incapaz de actuar de un modo qu eno estuviera completamente determinado por mis experiencias del pasado.
La clave de mi recuperación estaba, evidentemente, en esos sueños recurrentes en los que castañeaba los dientes, lo que llegué a considerar una poderosa expresión de la "rabia oral": un violento resentimiento por la falta de disponibilidad de mis padres al principio de mi vida. Estos sueños acabaron dando lugar a otros sobre mi incapacidad de comunicar por teléfono con un ser querido: me olvidaba del número, el teléfono no funcionaba, el dial se desintegraba, la persona no respondía. Estos sueños acabaron cristalizando en un verdadero recuerdo de mis padres dejándome al cargo de mis hermanos pequeños cuando yo tenía cinco años. Ellos se iban a visitar a unos amigos del vecindario, instruyéndome para que les llamara por el intercom si surgía algún problema. Separado prematuramente de mi dependencia infantil, había sido elevado al estatus de ser "responsable". Mi ira no resuelta era el producto de mi agresividad frustrada por no poder corregir la relación con mis padres. Y estoy seguro de que el hecho de que, etuviera cansado o no, a menudo me acostaran a dormir sobre las seis de la tarde, no mejoró mis problemas. De esta manera mis cansados padres podían disfrutar de un poco de tiempo para ellos. Cuando tuve esta comprensión adicional, fui capaz de gestionar mis emociones difíciles con un poco más de gracia y humor. El amor real que encontré en mi matrimonio me obligó a sentir el dolor por la pérdidas sufridas en la infancia.

Mark Epstein: "Pensamientos sin Pensador. Psicoterapia desde una perspectiva Budista". Gaia Ediciones, 2010, Madrid. 194-196.



http://youtu.be/V7EmLfQ6nIY Cuídame (Pedro Guerra&Jorge Drexler) No maltrates nunca mi fragilidad, pisaré la tierra que tú pisas. Cuida de mis manos, cuida de mis dedos, dame la caricia que descansa en ellos. No maltrates nunca mi fragilidad, yo seré la imagen de tu espejo... Yo seré el abrazo que te alivia.
http://youtu.be/rTPcamcDhds Sanar (Jorge Drexler) Nadie nace sabiendo que morir también es ley de vida...los pájaros en bandadas, tu corazón va a sanar, volverás a esperanzarte...

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