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Paz y Ciencia

lunes, 11 de junio de 2012

La Psicodinámica de la Meditación



Voy a mostraros la manera excepcionalmente original de analizar, leer, interpretar y sentir los instrumentos del Budismo y la Meditación desde el enfoque de una persona: Mark Epstein, con dos vertientes. Psicoanalista y Budista, con amplia experiencia en los dos campos; uno, más intelectual, el otro más vivencial. Por tanto facilita un interesantísimo enfoque.
El epígrafe que comparto se llama "Terror y Deleite", de su libro: "Pensamientos sin Pensador. Psicoterapia desde una perspectiva Budista".  Advierto que estas experiencias profundas de meditación, si no son bien guiadas, o aun siendo así, puden ser contraproducentes para pacientes con ciertas patologías. Del mismo modo que la medicina y la psicología no son ciencias exactas. Es importante que aquel que guíala meditación sea una persona con oficio. Difícil de encontrar en España. Prólogo por el Dalai Lama. Daniel Goleman (autor de Inteligencia Emocional entre otros dice: "Realmente, esta obra es una de las integraciones más sofisticadas de las disciplinas terapéuticas y espirituales".Rodrigo Córdoba Sanz.

TERROR Y DELEITE
Algunas de las mejores descripciones de las experiencias psicológicas que acompañan a la meditación profunda están en el Visuddhimaga (Camino de la purificación), un manual de meditación del siglo IV compuesto por un budista indio llamado Buddhaghosa en la isla de Sri Lanka. Aquí el autor estableció la primitiva visión budista de lo que se puede conseguir a nivel psicológico con el cultivo ciertos factores mentales que se desarrollan mediante la práctica de la meditación. Este manual no tiene igual en su exposición de la mente meditativa. Mediante el desarrollo sostenido de la concentración (la capacidad de dejar descansar la mente en un único objeto de conciencia) y la atención al momento (la capacidad de prestar atención a una sucesión de objetos de conciencia), el meditador acaba entrando en estados que suelen describirse como de terror o de deleite. Se trata de estados que no suelen surgir en psicoterapia: es posible que se los vislumbre o se los recuerde, pero no surgen inexorablemente como lo hacen en la práctica meditativa. Su emerger depende del desarrollo de ciertas funciones del ego están más allá de su rango operativo habitual en la vida cotidiana.
Escuhemos, por ejemplo, las descripciones clásicas de algunos de estos estados. Las experiencias de deleite, por ejemplo, vienen caracterizadas por diversos niveles de éxtasis o felicidad, de los se dice que hay cinco:

La felicidad menor solo es capaz de erizar el vello corporal. La felicidad momentánea son como relámpagos e luz en diferentes momentos. La felicidad descendente se extiende por nuestro cuerpo una y otra vez, como olas a la orilla del mar. La felicidad inspiradora puede ser lo suficientemente poderosa para hacer levitar el cuerpo, para hacer que se eleve en el aire... Pero cuando surge la felicidad penetrante (extática), todo el cuerpo está completamente tomado, como una vejiga llena, como una caverna de piedra invadida por una enorme inundación.

Por otra parte, las experiencias de terror tienden a revelar lo precario que es nuestro sentido del yo, y la falta de base de los anhelos narcisistas. Tienen el efecto de quitarnos el suelo bajo los pies, de conmover los fundamentos sobre los que hemos construido nuestra visión de nosotros mismos. Son experiencias de un calibre completamente diferente con respecto a las de deleite, como puede verse en la siguiente descripción del mismo texto:

A medida que se repite, desarrolla y cultiva de esta manera la contemplación de la disolución..., entonces, las formaciones... se le aparecen bajo formas terroríficas, como leones, tigres, leopardos, osos, hienas, espíritus, ogros, toros fieros, perros salvajes, elefantes salvajes y alocados, horribles serpientes venenosas, rayos, crematorios, campos de batalla, pozos de carbón llameantes, etc.,aparecen a un hombre tímido que quiere vivir en paz. Cuando ve cómo han cesado las formaciones pasadas, y cómo cesan las presentes, y cómo cesarán las generadas en el futuro, del mismo modo, entonces, en esa etapa, surge en él lo que se conoce como el Conocimiento de la Aparición como Terror.

Lo que los occidentales no suelen entender es que este tipo de experiencias requieren un ego, en el sentido psicoanalítico, que sea capaz de contener e integrar estímulos que normalmente resultarían muy desestabilizadores. El reto consiste en experimentar el terror sin miedo y el deleite sin apego. En un sentido, el trabajo de la meditación consiste en desarrollar un ego flexible, claro y suficientemente equilibrado para permitirle a uno vivir estas experiencias.
Desde otra perspectiva, el trabajo de la meditación consiste en confrontar los apegos qeu hacen que dicho ego sea imposible de alcanzar. Esos apegos son invariablemente narcisistas. A medida que la meitación se despliega, los aspectos más burdos del yo, personificados por el torbellino emocional o por el parloteo mental, tienden a aquietarse, pero los apegos e identificaciones más sutiles empiezan a hacerse visibles .En este sentido, la meditación se convierte en una especie de laberinto, y cada nueva apertura y cada nueva percepción con respecto al yo revelan otra oportunidad para el apego y la liberación. Lo que el meditador debe seguir confrontando es su tendencia a la presunción y al orgullo, su propia sed instintiva de certezas, su capacidad de orientar el proceso meditativo hacia fines narcistas. La meditación es un medio de exponer infatigablemente este narcisismo, de resaltar cada permutación de la experiencia del yo para que ninguno de sus aspectos esté disponible al reclutamiento del narcisismo.
En cada etapa, los meditadores tienden a usar sus experiencias y comprensiones de una manera que refuerza su propia sensación de ser especiales, y en realidad el camino de la meditación consiste en descubrir y resolver continuamente estos impulsos animando al meditador a examinar siempre dónde está más identificado. Por ejemplo, cuando tuve mi primera experiencia de la felicidad descendente en meditación, estaba en éxtasis. Pensé que había ocurrido algo muy impresionante. No obstante, la verdadera oportunidad que me brindaba esa experiencia era ver los especial que me creía, y que pudiera experimentar que eso también es un sentimiento evanescente. A medida que este proceso se va repitiendo, nuestras maneras crónicas de pensar y de sentir con respecto a nosotros mismos cambian: nos vemos forzados a cuestionar las metáforas que usamos inconscientemente para entendernos.

Mark Epstein: "Pensamientos sin pensador. Psicoterapia desde una perspectiva Budista". Gaia Ediciones, 2010, Madrid. Pp.: 154-158

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