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Paz y Ciencia

sábado, 23 de junio de 2012

Madres



"El que domina a los otos es fuerte, el que se domina a sí mismo es poderoso". Lao-Tsé.
Pienso que dominar lleva al acatamiento, la sumisión, y, por tanto la pérdida de libertad. La retirada al mundo interno como mecanismo de prótección ante la difusión de la identidad, esto es, no sentirse auténtico. "Mi ser innoble se finge ante la vida", dice Pessoa en El libro del Desasosiego. Tremendo texto que mueve y percute las extrañas. Rodrigo Córdoba Sanz.

"Piranddello lo dijo de manera bastante diferente en el título de su obra: Seis personajes en busca de su autor. Pero, ¿por qué detenerse ahí? ¿Por qué no debería ser algo aún más pequeño, más fragmentado que eso? Es un pensamiento deambulando por ahí en busca de algún pensador en el que alojarse". W. R. Bion.
Así arranca el texto de Mark Epstein, luego da paso al prólogo brillante, como siempre, de Dalai Lama.
Bion fue un excelente psicoanalista. Con un lenguaje acorde con la complejidad y profundidad de lo que manifiesta, enseña y expresa. Con un amplio abanico de intereses e influencias. Un autor psicoanalítico de verdadero calado, conocido entre otras cuestiones por su concepto de "contención". Fundamental en la psicoterapia: el psicoterapeuta es un continente que da espacio a los contenidos del paciente y, lo más importante, le aporta unos límites de contención para que no se desborde y pueda seguir conectando con su mismidad. Rodrigo Córdoba Sanz.

MADRES

En las prácticas orientales, tal como demuestra con claridad la tradición budista tibetana, el recuerdo de la infancia se realiza fundamentalmente para apoyar y potenciar la meditación. En occidente, estos recuerdos tienden a alterar la práctica meditativa. Este punto me quedó claro en mi primera exploración de la psicología budista. Cuando estaba en mi último año en la facultad de medicina conseguí pasar tres meses en India, fundamentalmente en diversas comunidades de refugiados tibetanos distribuidas por en norte de la India. Durante las seis semanas estuve en el pequño pueblo de Dharamsala, al pie de los Himalayas, donde está situado el palacio en el exilio de Su Santidad el Dalai Lama. como formaba parte de un proyecto de investigación más amplio, tenía a un compañero, Jeffrey Hopkins, un erudito, traductor y profesor de estudios tibetanos en la Universidad de Virginia. Esta fue mi primera verdadera exposición a la amplitud de la tradición intelectual de budismo tibetano; mis estudios anteriores se habían enfocado en las tradiciones Theravada, el budismo del sudeste de Asia. Una de las cosas que más me impresionaron fueron los esfuerzos de los budistas por cultivar la compasión y la tranquilidad mental a través de ejercicios específicos que eran más como meditaciones guiadas o visualizaciones. El más común de estos ejercicios requería imaginar a todos los seres como madre.
El argumento dice así: como la existencia cíclica no tiene principio, todos los seres humanos han estado en todas las relaciones posibles con los demás. Así, todos los seres han sido amigos y enemigos, y las relaciones benévolas se han amargado por el impacto de la avaricia, el odio y la ignorancia. Este ejercicio particular exige reconocer a todos los seres como nuestras madres: sentir su bondad, desarrollar el deseo de devolver de que se vean libres de sufrimiento y de las causas del mismo. La raíz psíquica de esta práctica es el amor sin ambivalencia que los tibetanos sienten hacia su madre.
Esta meditación siempre me ha intrigado. Por ejemplo, he tenido una serie de pacientes en mi consulta de psicoterapia qe no han estado expuestos a este ejercicio y que de hecho trataban a todos los seres como madres, y los resultados, al menos en sus vidas personales, eran desastrosos. A los occidentales les cuesta realizar esta práctica: las relaciones con sus propias madres son demasiado conflictivas. Nuestro proceso educativo, nuestra estructura familiar y nuestro deseo de autonomía e individuación generan mucha presión en la relación padres-hijos. Cuando el temperamento del niño se opone al del padre, o cuando las ambiciones del padre para el hijo nublan la identidad de este, la unidad familiar se convierte fácilmente en un entorno alienante o claustrofóbico, en el que el niño debe esconderse de los seres que más necesita. "La familia -se reía mi profesora de psicoterapia Isadore From- es el peor invento de un Dios que no existe".
Recientemente tuve la oportunidad de preguntar al maestro tibetano Sogyal Rinponché, autor del libro El libro tibetano de la vida y de la muerte y profesor de cientos de occidentales en Europa y América, sobre esta práctica de tratar a todos los seres humanos como madres: "Oh, no -se río-, no para los occidentales. A los occidentales siempre les digo que traten a los demás como un abuelo o una abuela".

Mark Epstein: "Pensamientos sin pensador. Psicoterapia desde una perspectiva Budista". Gaia Ediciones, 2010, Madrid. Pp.:198-200.


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